martes, 21 de abril de 2015

18.- SARDINAS DE CASCO


RECORDS DE LA MEUA INFÀNCIA. PUBLICAT EN EL DIARI LES PROVÍNCIES
08-11-2014.




   
   Nuestro traslado al pueblo para pasar el invierno no significaba que las tareas del campo se olvidaran. La mayoría de lo que se comía era de temporada y por lo tanto teníamos que seguir las pautas de siembra que el tiempo  nos marcara. Así pues por Todos los Santos, era obligada la siembra de las habas que por pascua alegrarían nuestra cocina. Las comeríamos crudas cuando estuvieran tiernas, las guisaríamos como “perolet” con costillitas de cerdo y tocino, después las cocinaríamos cuando tuvieran la ceja negra sólo con ajos chafados y por último secaríamos al sol sobre cañizos para poder pelarlas y guardarlas, bien para hervirlas y hacer hummus (pasta con sal y aceite de oliva) con ellas o para hacer el famoso “arros amb fava pelá”. Pues no han quitado hambre las modestas habas que agudizaron el ingenio para poder sacar el mejor partido de ellas.

Terminado el trabajo mi abuelo se dispuso a prepararnos para los dos la comida. Había encendido el fuego de la chimenea con dos trozos de algarrobo seco,  y saco de entre el papel de estraza una sardina de bota y empezó por rasparla  con su navaja para quitarle las escamas.   Cogió unos tomates que tenía colgados en las cañas, los lavo de azufre y los partió.  Puso la paella, aceite de oliva y tres ajos chafados con su piel a fuego muy suave porque lo importante era que se aromatizara el aceite sin que se quemaran los ajos. Los retiro y los puso en un plato hondo, puso la sardina partida por la mitad y la doró por las dos partes. Las retiró al mismo plato de los ajos y después puso los tomates del “penjollet” partidos con la parte de la piel arriba para que soltara su agua. Les dio la vuelta y cuando estuvieron fritas las incorporó junto con los ajos y la sardina al plato que completaría con un poco de aceite de la fritura. Todo sin sal, pues la sardina haría su trabajo. ¿Y yo? Que comería. Cascó dos huevos de las gallinas, que con buena intención había dejado en el corral para consumo propio y cuando tenía sus puntillitas me los presento en un plato con una cucharadita de aceite encima. Gloria bendita su sabor indescriptible.  Unas buenas migas del pan redondo tradicional hizo el resto.

Una triste sardina salada y dos huevos se convirtió en un manjar de dioses.