08-11-2014.
Nuestro traslado al pueblo para pasar el invierno no
significaba que las tareas del campo se olvidaran. La mayoría de lo que se
comía era de temporada y por lo tanto teníamos que seguir las pautas de siembra
que el tiempo nos marcara. Así pues por
Todos los Santos, era obligada la siembra de las habas que por pascua
alegrarían nuestra cocina. Las comeríamos crudas cuando estuvieran tiernas, las
guisaríamos como “perolet” con costillitas de cerdo y tocino, después las
cocinaríamos cuando tuvieran la ceja negra sólo con ajos chafados y por último
secaríamos al sol sobre cañizos para poder pelarlas y guardarlas, bien para
hervirlas y hacer hummus (pasta con sal y aceite de oliva) con ellas o para
hacer el famoso “arros amb fava pelá”. Pues no han quitado hambre las modestas
habas que agudizaron el ingenio para poder sacar el mejor partido de ellas.
Terminado el trabajo mi abuelo se dispuso a prepararnos
para los dos la comida. Había encendido el fuego de la chimenea con dos trozos
de algarrobo seco, y saco de entre el
papel de estraza una sardina de bota y empezó
por rasparla con su navaja para quitarle
las escamas. Cogió unos tomates que
tenía colgados en las cañas, los lavo de azufre y los partió. Puso la paella, aceite de oliva y tres
ajos chafados con su piel a fuego muy suave porque lo importante era que se
aromatizara el aceite sin que se quemaran los ajos. Los retiro y los puso en un
plato hondo, puso la sardina partida por la mitad y la doró por las dos partes.
Las retiró al mismo plato de los ajos y después puso los tomates del
“penjollet” partidos con la parte de la piel arriba para que soltara su agua.
Les dio la vuelta y cuando estuvieron fritas las incorporó junto con los ajos y
la sardina al plato que completaría con un poco de aceite de la fritura. Todo
sin sal, pues la sardina haría su trabajo. ¿Y yo? Que comería. Cascó dos huevos
de las gallinas, que con buena intención había dejado en el corral para consumo
propio y cuando tenía sus puntillitas me los presento en un plato con una
cucharadita de aceite encima. Gloria bendita su sabor indescriptible. Unas buenas migas del pan redondo tradicional
hizo el resto.
Una triste sardina salada y dos huevos se convirtió en un
manjar de dioses.