RECORDS DE LA MEUA INFÀNCIA. PUBLICAT EN EL DIARI LES PROVÍNCIES
12 julio 2014
Habían dado buena cuenta de las cocas
que se habían comido. El horno cerrado, esperando la sorpresa final y no podía
esperar más, su temperatura –menos de 90 grados- era ya la ideal.
El abuelo empezó a atar del cuello las botellas que habían rellenado
unas de tomates y otras con torrat
(rostit). Con hilo de empalomar una detrás de otra a una distancia de 15 centímetros. Cuando tenía una ristra de 10 botellas, hacía
otra hasta que termino con todas. Después
abrió la puerta del horno y fue disponiendo ristras en la entrada y ayudado por la forca fue
introduciéndolas en su interior y lo cerró.
El día siguiente, sacaría las botellas y las guardaría en la cambra, esperando el viaje de
regreso a casa al final del verano para que aliviara el hambre del invierno. Después,
la siesta era sagrada, la temperatura invitaba
a hacerla.
La abuela, había guardado para la cena
parte del “Torrat” (esgarraet, rostit). Había
deshecho con los dedos los pimientos verdes,
rojos y había cortado las berenjenas,
todo pelado y asado sobre las brasas de sarmientos. Había hervido dos hermosos tomates cuya carne
mezclaría con los demás ingredientes. Cortó ajos
pelados y le puso un buen chorretón de aceite de oliva cosecha propia y sal al gusto. Con un trozo de atún
salado y una ensalada de tomate y cebolla, la cena estaría servida.
Eran las cinco de la tarde, las mujeres
de alrededor se reunían en torno a una silla en el riurau de la casita. Unas
hacían “punt de ganxo” (ganchillo), otras cosían “barxes” y otras
hacía “llata”, tenían que ocupar sus nervios.
Era la hora sagrada, la del silencio
sepulcral. Encima de la silla de bova, la radio, ese único objeto que les comunicaba
con el exterior, conectaban con la cadena SER. España entera se paralizaba
cuando comenzaba la radionovela Ama Rosa con guion de Guillermo Sautier Casaseca. Las
desventuras de Rosa Alcázar que entregó su hijo recién nacido a
los de la Riva, una
familia acomodada, colocándose después como ama de cría y por tanto guardiana de su propio hijo.
Hacer
llorar en una España que tenía suficientes motivos para el llanto, fue el éxito de Ama Rosa.
Foto Román González Riudavets