A mi Abuelo Salvador.
Hacía una madrugada de perros, un mes
de Enero frío, niebla, humedad.
Eran las cuatro y media de la
madrugada y se oían ruidos por la casa. Mi abuelo, que no había podido dormir
en toda la noche, deanbulaba de un lado para otro, comprobando pues, que en el
“sarnacho” no le faltara nada. Comprobó su navaja, una hogaza de pan con un
trozo de tocino, y una caja de cartuchos que él mismo había rellenado. La cosa
no daba para más. La economía del ahorro y las propias necesidades, hacían que
no estuviera para gastar más de lo justamente necesario.
Un domingo de caza acababa de empezar.
La “Jeni”, así se llamaba su fiel
perra Braca, ya había intuido desde el corral que se estaba preparando una
larga jornada, junto a su amo. Lanzaba un leve lloriqueo de ansiedad para que
le abrieran la puerta y juntarse con su amo. Sabía ya que una jornada de campo
le esperaba.
Una achicoria bien calienta.
Se ajustó la canana con sus 30
cartuchos del 7, abrochó su chaleco.
Eran las cinco de la mañana. Le abrió
a la buena de “Jeni” que daba saltos de alegría.
Escopeta colgada al hombro salió a la
calle con una cara de felicidad inexplicable al encuentro de un día de campo
para disfrutar de lo que más le gustaba, la naturaleza y la caza.
Se dirigió hacia la Font de Aixa,
donde sería más tarde el punto de reunión con otros cazadores amigos.
Eran ya las cuatro de la tarde y yo
esperaba ansioso la vuelta a casa de mi abuelo.
Entró todo sonriente y su una cara de
felicidad le delataba. La jornada de caza había sido satisfactoria. “Jeni”, la
perra solo encontró tiempo para echarse en un rincón, su agotamiento denotaba
un duro día.
- Abuelo, Abuelo…
Escarbando el “sarnacho”, allí
estaban, dos preciosas perdices machos que certificaban que mi abuelo era uno
de los mejores cazadores de los alrededores. No era fácil en estas tierras
montuosas abatir una perdiz brava, paciencia, suerte y coraje tenías que tener.
En pocos minutos, mi tía Pepa, ya era
dueña del preciado botín. En poco tiempo ya estaban peladas, sofrimadas y
troceadas en cuartos. Serían la componenda de un suculento guisado de,
PERDIZ CON TOMATE. Receta de mi tía
Pepa.
Ingredientes:
Dos perdices peladas, sofrimadas y
troceadas en cuartos.
Unos ajos con piel machacados.
Aceite de Oliva.
Unos piñones.
Pimentón de la vera.
Dos botes de tomates caseros en
conserva.
Sal y azúcar.
Y al gusto, una guindilla.
Preparamos la olla, a poder ser plana
con su aceite –mucho más que menos, debe quedar untuoso y reducido el tomate- y
sofreímos los ajos, retiramos. A continuación hacemos lo propio con los trozos
de perdiz previamente salados - a fuego medio- hasta que estén bien doradas.
Añadimos los piñones y el pimentón vuelta y vuelta, y los dos botes de tomates
–que habremos troceado más si cabe- a la olla. Tapamos para que no pierda de
momento agua, pues deben cocerse con la propia del tomate. Añadimos una puntita
de azúcar –para matar la acidez propia del tomate- y rectificamos de sal. A
media cocción con la cazuela tapada, podemos poner la guindilla sin marearla
mucho y poder así retirarla más tarde, no sea que alguien, mezclada con el
tomate, se encuentre después con la sorpresa.
Y bien. El guisado debe quedar sólo con
el aceite y el abundante tomate bien frito que mojaremos con ese maravilloso
pan de pueblo..
Acompañamos con “pebrera en
salmorra”, tomate y cebolla
Espero lo disfrutéis.