RECORDS DE LA MEUA INFÀNCIA. PUBLICAT EN EL DIARI LES PROVÍNCIES
02-08-2014
Estaba amaneciendo y ya me encontraba subido sobre la
albarda del animal enfilando el camino hacia les foies. El hecho de acompañar a
mi abuelo me hacía sentirme feliz. Todo era nuevo para mí dada mi corta edad. A
la llegada, con el sol ya arriba, empecé a llenar capazos con las algarrobas
que ya estaban en el suelo. Mi abuelo con la caña vareaba y alguna que otra me
daba en la cabeza. Aguantaba el saco e íbamos llenándolos desde los capazos.
Mi
abuela nos había preparado la comida del “recapte”. Pasaríamos el día en la
montaña. Una “barxa” de palma tapada con
una servilleta escondía lo que íbamos a
tener que comer.
Sobre
las nueve de la mañana, mi abuelo sacó la navaja de su bolsillo: “pegarem un
mosset" y cogió un pan redondo cortando dos buenas llescas a las que les
puso su buen tomate, sal y aceite. Un trocito de sobrasada de Tárbena para cada
uno y un buen racimo de uva negra. Fue verlo y no verlo. Si ya estaba bueno de
por sí, comerlo en la montaña acrecentaba los sentidos. La mañana trascurría
rápida. El calor apretaba de lo lindo. Los sacos se iban llenando.
Llegó
el medio día y el hambre nos volvió a visitar. Debajo del algarrobo, la sombra
era acogedora. Tumbo un saco lleno y empezó
a sacar de la “barxa” el resto del recapte. Una fiambrera de metal
escondía un tesoro del que daríamos buena cuenta.
Mi
abuela había sofrito en abundante aceite de oliva el conejo de corral,
dorándolo muy bien. Añadió unos ajos machacados y un toque de pimentón y a
continuación agregó una buena cantidad de tomates rallados de la huerta. Puso
una cucharadita de azúcar y probó de sal. Dejó tapada la cazuela a fuego lento,
para después entreabrirla para que evaporara y quedase con su aceite. Cebolla y
tomate con un pimiento en salmuera, fue ya lo definitivo.
Cargamos
al animal con los sacos repletos de algarrobas y me subí encima de ellos,
emprendiendo el viaje de regreso.